El Umbral de la Eternidad
Capítulo 1: El Camino hacia lo Desconocido
Luis Carlos Ramírez siempre había sido un hombre de determinación. Había construido su vida alrededor de su familia, primero como un hijo y hermano devoto, y ahora como esposo y padre. Su mudanza a Miami había sido una decisión difícil pero necesaria, tomada con la esperanza de asegurar un futuro mejor para su esposa, Alix, y su pequeño hijo, Matthew. Sin embargo, incluso entre las calles bordeadas de palmeras y la brisa oceánica de su nuevo hogar, Colombia y su familia seguían profundamente arraigadas en su corazón.
Habían pasado meses desde la última vez que vio a su madre, Teresa, y a su hermana, Daniela. Siempre habían sido cercanos, un trío inquebrantable desde la muerte de Ramiro, su padre, en 2010. Esa tragedia los había unido aún más, convirtiéndolos en sus mayores aliados en la vida. Aunque la distancia ahora los separaba, nunca dejaban pasar un día sin una llamada o una videollamada.
Esta noche no era diferente. Mientras Luis Carlos salía tarde de la oficina, marcó el número de su madre.
“¡Mijo! Justo estaba pensando en ti”, respondió Teresa, con su voz cálida pero impregnada de la preocupación maternal de siempre.
“Siempre lo haces, Mamá”, rió Luis Carlos mientras encendía su auto. “¿Cómo están tú y Dani?”
“Estamos bien, pero te extrañamos”, admitió. “No es lo mismo sin ti aquí. Daniela siempre está revisando vuelos a Miami. Dice que no puedes huir de nosotras para siempre.”
Luis Carlos rió. “Nunca huiría de ustedes dos. Solo estoy ocupado haciendo que las cosas funcionen aquí, eso es todo. Pero lo prometo, los visitaré pronto.”
Teresa suspiró. “Asegúrate de hacerlo. Sabes que siempre estaremos aquí para ti. Pase lo que pase.”
Mientras hablaban, la lluvia comenzó a caer sobre el parabrisas. Luis Carlos apenas lo notó mientras recorría la ruta familiar a casa. Las luces de la ciudad se reflejaban en el pavimento mojado y las carreteras, aunque resbaladizas, estaban en su mayoría vacías. Seguía conversando con su madre, compartiendo historias sobre la escuela de Matthew y el nuevo trabajo de Alix, hasta que llegó a un tramo de la carretera inquietantemente silencioso.
Fue entonces cuando sucedió.
Un par de faros aparecieron en su visión periférica, demasiado cerca, demasiado rápido. La repentina fuerza del impacto hizo que su auto girara sin control. El metal chirrió contra el metal, el vidrio se hizo añicos y su cuerpo se sacudió violentamente dentro del cinturón de seguridad. Escuchó la voz de su madre llamándolo por el teléfono, pero ya era tarde. El mundo a su alrededor se torció en un caos y luego… oscuridad.
Luis Carlos se encontró de pie en un lugar desconocido. El aire era espeso, pesado y misteriosamente silencioso. Un horizonte vasto e infinito se extendía ante él, bañado en un resplandor dorado que parecía palpitar con una energía sobrenatural. Miró sus manos: se sentían reales, sólidas. Sin embargo, algo era diferente.
Ya no estaba en su auto.
“¿Dónde estoy?” murmuró, girando lentamente sobre sí mismo, tratando de comprender su entorno.
Entonces, una voz resonó detrás de él. “Estás en el umbral, Luis Carlos. El lugar entre la vida y la muerte.”
Se giró para encontrar a una figura de pie ante él, una presencia a la vez familiar y abrumadora. El hombre tenía ojos amables, sabios y profundos, pero había un poder innegable en su porte.
Luis Carlos tragó saliva. “¿Eres… Dios?”
La figura sonrió suavemente. “Algunos me llaman así. Otros tienen diferentes nombres para mí. Lo que importa ahora es que tienes una decisión que tomar.”
El corazón de Luis Carlos latía con fuerza. “¿Una decisión?”
“Sí”, dijo la figura. “Aún no está destinado que mueras, pero tampoco puedes regresar tan fácilmente. Tu destino pende de un hilo.”
Un escalofrío recorrió la columna de Luis Carlos. “¿Qué tengo que hacer?”
La figura señaló el horizonte, donde había aparecido una puerta masiva, oscura e imponente. “Hay un gran desequilibrio en los reinos más allá de esta puerta. Una perturbación que debe ser corregida. Si deseas regresar a tu vida, debes ir más allá, a las profundidades donde ninguna alma entra voluntariamente.”
Luis Carlos apretó los puños. “¿Y si me niego?”
La expresión de la figura se ensombreció. “Entonces permanecerás aquí. En el medio. Ni vivo ni muerto. Perdido.”
Respiró hondo, sus pensamientos viajando a su madre, su hermana, su esposa y su hijo. Si ese era el precio por volver con ellos, enfrentaría lo que fuera necesario.
“Lo haré”, dijo con firmeza. “Arreglaré lo que tenga que arreglar. Solo déjame volver con mi familia.”
La figura lo observó durante un largo momento antes de asentir. “Entonces, avanza, Luis Carlos. Tu viaje comienza ahora.”
Cuando dio su primer paso hacia la puerta, una sensación de determinación se asentó en su pecho. Siempre había sido un luchador. Y lucharía ahora, no solo por sí mismo, sino por la vida que se negaba a dejar atrás.
Luis Carlos se acercó a la puerta, su oscuro marco irradiando una energía inquietante. A medida que se acercaba, susurros surgieron del otro lado: murmullos de almas atormentadas, de nombres olvidados, de súplicas perdidas en el vacío. El peso de lo desconocido presionó su pecho, pero tragó su miedo. Había tomado su decisión.
La puerta se abrió con un chirrido ante él, revelando un sendero envuelto en niebla. Luis Carlos dudó solo un segundo antes de entrar. El aire se volvió más pesado, cargado con una presencia invisible. Sombras se movían entre la neblina, observándolo, evaluándolo.
Entonces, una voz profunda retumbó desde la oscuridad: “Tú no perteneces aquí.”
Luis Carlos enderezó los hombros. “Estoy aquí para arreglar las cosas.”
Risas frías y huecas llenaron el espacio a su alrededor. “Muchos lo han intentado. Ninguno ha regresado.”
Dio otro paso adelante, su mente inundada de recuerdos de su vida: los ojos bondadosos de Teresa, la risa de Daniela, las pequeñas manos de Matthew alcanzándolo. No lo detendrían. No ahora.
Una figura emergió de la niebla, su forma cambiando entre humana y algo más oscuro. Sonrió, mostrando dientes irregulares. “Si deseas demostrar tu valía, debes enfrentar las pruebas. Solo entonces ganarás tu camino de regreso.”
Luis Carlos apretó los puños. “Entonces que comiencen.”
Capítulo 2: Descenso a las Sombras
Luis Carlos respiró hondo mientras atravesaba la inmensa puerta, sintiendo un escalofrío helado recorrer su espalda. El aire más allá era denso con una niebla extraña, arremolinándose como tentáculos fantasmales alrededor de sus piernas. El camino frente a él era incierto, pero sabía que no había marcha atrás. Su corazón latía con fuerza en su pecho, cada latido un recordatorio de por qué estaba allí: regresar con su familia, sin importar el costo.
Una voz resonó desde la oscuridad, profunda y gutural. “¿Te atreves a entrar?”
Luis Carlos tragó saliva, manteniéndose firme. “No tengo opción. Necesito volver.”
Una figura emergió de la niebla, su forma cambiando entre humana y algo mucho más siniestro. Tenía ojos huecos y brillantes, y una sonrisa torcida que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Luis Carlos.
“Si deseas regresar, debes demostrar tu valía”, dijo la criatura, su voz entrelazada con innumerables susurros. “Las pruebas que te esperan pondrán a prueba tu alma.”
Luis Carlos apretó los puños. “Entonces, comencemos.”
La primera prueba llegó en forma de sombras. A medida que avanzaba, la niebla se espesaba, formando siluetas que tomaban la forma de figuras: personas de su pasado.
“Luis Carlos…” Una voz resonó, y se giró bruscamente. Frente a él estaba su padre, Ramiro, tal como había sido antes de su muerte.
“¿Papá?” Su voz se quebró por la emoción.
Ramiro extendió una mano. “Ven conmigo, hijo. Deja ir tu dolor. Quédate aquí, donde es seguro.”
Luis Carlos sintió un tirón abrumador, un profundo anhelo de abrazar a su padre una vez más. Pero algo no encajaba. El Ramiro frente a él carecía de calidez; sus ojos eran huecos, su voz desprovista de la bondad que Luis Carlos recordaba.
“No”, susurró, sacudiendo la cabeza. “No eres real.”
El rostro de la figura se retorció en un gruñido, y en un instante, se lanzó hacia él. Luis Carlos apenas esquivó a tiempo, tropezando hacia atrás mientras la sombra chillaba de furia. Más figuras comenzaron a emerger de la niebla: sus peores arrepentimientos, sus miedos, los rostros de aquellos a quienes había fallado. Lo agarraban, susurrando acusaciones, arrastrándolo hacia la oscuridad.
Con todas sus fuerzas, luchó, liberándose de su agarre. Se concentró en lo único que importaba: su hijo, su esposa, su madre y su hermana esperando por él. Rugió, rompiendo las cadenas de la sombra, y estas se disiparon en la niebla.
Había pasado la primera prueba.
Un segundo desafío lo esperaba más adentro en el reino. Un río se extendía frente a él, sus aguas negras e inquietas. Un bote lo esperaba en la orilla, y junto a él, una figura encapuchada.
“Cruza”, ordenó, extendiendo una mano esquelética.
Luis Carlos dudó. “¿Qué hay del otro lado?”
“El juicio.”
Tragándose su miedo, subió al bote. Mientras cruzaban las aguas inquietantes, el barquero comenzó a susurrar.
“Dime, Luis Carlos, ¿mereces regresar?” La voz se deslizó a su alrededor, invasiva y penetrante. “Dejaste sola a tu madre. Abandonaste a tu hermana. Te alejaste de tu tierra natal. ¿Realmente eres digno?”
El arrepentimiento lo mordisqueó, pero apretó los puños. “Hice lo que debía para el futuro de mi familia. Pero nunca dejé de amarlos. Nunca dejé de ser su hijo, su hermano.”
El barquero soltó una risa hueca y resonante. “Lo veremos.”
El bote llegó a la orilla, y cuando Luis Carlos pisó tierra, llamas estallaron a su alrededor. Una figura imponente se alzaba ante él, sus ojos ardiendo como brasas.
“La prueba final comienza.”
El fuego crepitaba mientras la figura se acercaba, su presencia sofocante. El aire mismo se volvía pesado, presionando contra el pecho de Luis Carlos como si pusiera a prueba su determinación.
“Has superado el miedo y el arrepentimiento, pero el coraje por sí solo no es suficiente”, entonó la figura. “Ahora, debes enfrentarte a ti mismo.”
Un espejo se elevó desde la tierra calcinada, reflejando a Luis Carlos, pero no como él se veía a sí mismo. El hombre en el cristal estaba roto, cansado, lleno de dudas. La imagen habló, su voz temblorosa pero cruel.
“Eres un fracaso. Has pasado tu vida huyendo de tu dolor, escondiéndote detrás del deber. Si realmente amabas a tu familia, nunca los habrías dejado.”
Luis Carlos sintió una punzada en su corazón. Cada inseguridad reprimida, cada pensamiento de culpa, ascendió a la superficie. ¿Era cierto? ¿Los había abandonado?
“No”, gruñó, sacudiendo la cabeza. “Hice lo que creí correcto. ¡Luché por ellos!”
“Y sin embargo, aquí estás, en las puertas de la muerte”, se burló la reflexión. “Si realmente importaras, ¿no te habrían salvado ya?”
La respiración de Luis Carlos se entrecortó. Las palabras se retorcían como una daga en su pecho. La figura en el espejo dio un paso adelante, emergiendo a la realidad, tomando forma de carne. Era él—sus propios miedos y dudas cobrando vida. Y atacó.
Golpe tras golpe, chocaron, sombra contra carne, pasado contra presente. Luis Carlos luchó, cada golpe de su doble alimentado por su más profundo autodesprecio. Vaciló, cayendo de rodillas mientras su reflejo se cernía sobre él, listo para dar el golpe final.
Entonces, una voz, suave pero inquebrantable, resonó en su mente.
“Papi… por favor, vuelve.”
Matthew.
Una oleada de fuerza, de amor, se encendió dentro de Luis Carlos. Rugió, levantándose, golpeando a su reflejo con todo lo que tenía. La ilusión se hizo añicos en un millón de fragmentos de luz, disolviéndose en el vacío.
Las llamas se extinguieron. El silencio se asentó sobre el campo de batalla.
La figura imponente, antes tan amenazante, ahora inclinó la cabeza. “Has enfrentado la mayor prueba de todas: tu propio corazón. Puedes regresar.”
Una luz brillante estalló desde los cielos, envolviendo a Luis Carlos. Sintió cómo lo elevaban, el mundo a su alrededor desvaneciéndose en calidez.
Y entonces—
Jadeó, sus pulmones ardiendo, su corazón latiendo con fuerza. El pitido de los monitores del hospital llenó sus oídos. Lágrimas corrían por el rostro de su madre. Daniela le apretaba la mano. Alix sollozaba de alivio, y Matthew, pequeño e inocente, se extendía hacia él.
Había vuelto a casa.
Capítulo 3: Renacer
El constante pitido de los monitores del hospital fue el primer sonido que Luis Carlos registró al emerger de la oscuridad. Su cuerpo dolía, sus pulmones ardían con cada respiración, pero estaba vivo. Vivo. El peso de todo lo que había soportado presionaba su pecho: su viaje por los reinos más allá, las pruebas, el dolor y la realización de que se le había dado una segunda oportunidad.
Un sollozo suave rompió su aturdimiento.
“¡Papi!”
Las pequeñas manos de Matthew se aferraron a las suyas, cálidas y reales. Lágrimas rodaban por el rostro de su hijo mientras se aferraba a su padre. Luis Carlos parpadeó, ajustándose a la brillante habitación del hospital, y giró la cabeza para ver a su madre, Teresa, y a su hermana, Daniela, de pie junto a él, con los ojos llenos de alivio e incredulidad. Alix también estaba allí, sosteniendo a Matthew como si nunca quisiera soltarlo.
“Mijo,” susurró Teresa, presionando una mano temblorosa contra su rostro. “Regresaste.”
Luis Carlos tragó el nudo en su garganta y asintió débilmente. “Lo prometí.”
Las lágrimas cayeron libremente mientras su familia lo abrazaba, con el miedo de perderlo aún acechando en sus corazones. Pero, por mucho que quisiera hundirse en la comodidad de su amor, una inquietud profunda se asentó dentro de él. Las pruebas lo habían cambiado. Había visto cosas que ninguna persona viva debería presenciar. Y, más que nada, sabía que no había regresado solo.
Los días después de su regreso estuvieron llenos de recuperación. Los médicos lo llamaron un milagro. Un hombre que había estado al borde de la muerte, cuyo corazón casi se había detenido, había despertado sin daño alguno. La noticia se difundió rápidamente y, pronto, Luis Carlos se encontró en el centro de atención. Familiares, amigos e incluso desconocidos vinieron a verlo, ofreciendo sus oraciones y buenos deseos.
Pero por las noches, cuando el mundo se aquietaba, Luis Carlos sentía que las sombras lo acechaban.
Se despertaba jadeando, atormentado por visiones de las pruebas. La voz del barquero aún susurraba en su mente, cuestionando su valía. Las figuras en la niebla aún lo llamaban por su nombre. Su propio reflejo aún parecía acecharlo desde la oscuridad.
Una noche, mientras estaba solo en la tenue luz de la habitación del hospital, lo escuchó nuevamente: un susurro, débil pero inconfundible.
“No has terminado.”
Luis Carlos se tensó, su corazón golpeando contra su pecho. Lentamente, giró la cabeza hacia la esquina de la habitación, donde las sombras parecían moverse de manera antinatural.
“¿Quién está ahí?” susurró.
No hubo respuesta. Pero él lo sabía. Lo que había enfrentado más allá del umbral aún no lo había dejado ir por completo.
Tan pronto como fue dado de alta, Luis Carlos intentó volver a la normalidad. Regresó a casa, decidido a enfocarse en su familia. Jugaba con Matthew, ayudaba a Alix con las tareas diarias y llamaba a su madre y a Daniela todos los días. Se repetía a sí mismo que todo estaba bien.
Pero el mundo se sentía diferente.
Podía ver cosas que antes no veía: la forma en que el aire temblaba en ciertos lugares, como si algo invisible acechara más allá. A veces, captaba destellos de figuras en su visión periférica, que desaparecían cuando volteaba a mirar. Y, lo peor de todo, sentía un vacío dentro de él, como si una parte de su alma nunca hubiera regresado del todo.
Una tarde, mientras se sentaba en el porche viendo el atardecer, Alix se unió a él. Tomó su mano y la apretó con suavidad.
“Estás diferente,” murmuró. “Desde que despertaste… algo en ti ha cambiado.”
Luis Carlos exhaló lentamente. “No sé si alguna vez salí por completo de ese lugar, Alix. Siento que… algo aún me está jalando.”
Ella frunció el ceño, buscando respuestas en su mirada. “¿Te arrepientes de haber regresado?”
Sus ojos se abrieron con sorpresa. “¡No! Nunca. Tú y Matthew son mi mundo. Pero…” Vaciló, tratando de encontrar las palabras. “Creo que hay algo que debo hacer. Solo que no sé qué.”
Alix lo estudió por un largo momento antes de asentir. “Sea lo que sea, no lo enfrentarás solo.”
Con el tiempo, Luis Carlos comenzó a comprender. Las pruebas habían sido un examen, pero también una preparación. Se le había dado un don, o quizás una maldición. Ahora podía ver más allá del velo. Podía percibir cuando algo estaba desequilibrado, cuando las sombras del otro lado alcanzaban el mundo de los vivos.
Y, poco a poco, se dio cuenta de que podía ayudar.
Todo comenzó con pequeños momentos. Una sensación extraña que lo llevó hacia un anciano sentado solo en el parque, con los ojos llenos de tristeza. Luis Carlos le habló, y al hacerlo, lo ayudó a encontrar paz. Luego, estuvo la joven que había perdido toda esperanza, parada al borde de un puente. Luis Carlos llegó justo a tiempo, sus palabras la hicieron retroceder de una terrible decisión.
Cada vez que lo hacía, sentía que el peso dentro de él se aligeraba. Cada vez, sentía que este era el verdadero motivo por el que se le había permitido regresar.
Una noche, se sentó frente a Teresa y Daniela, observando sus risas mientras compartían historias durante la cena. Casi había perdido esto. Casi los había perdido. Y ahora tenía un propósito: no solo vivir, sino asegurarse de que otros también encontraran el camino de regreso desde la oscuridad.
Esa noche, mientras sostenía a Matthew en sus brazos, susurró una promesa silenciosa.
“No desperdiciaré esta segunda oportunidad.”
Las sombras ya no susurraban en su oído. Las dudas ya no lo atormentaban.
Luis Carlos había renacido.